De niño, lo único que sabía con absoluta certeza eran dos cosas: el dolor y el amor.

El sufrimiento definió mi existencia. Nuestro hogar estaba plagado de horrores: el horror de la rabia, el horror de la adicción a las drogas y, el peor de todos, el horror de la violencia infligida de forma constante a mi madre. Aun así, en medio de toda esa situación, me encontraba ante un misterio contrario.

Había amor.

Amaba a mi madre y sabía que ella me amaba a mí. Amaba a mis hermanos menores y a mi hermana pequeña. Fui creciendo, y el contraste y la tensión existentes entre estas dos fuerzas ineludibles se cernían sobre mí como un enigma emocional imposible de resolver.

MAMÁ SE CONVIERTE EN “RARA”

Pasaron unos años y mi madre llegó a casa un día anunciando que se había convertido en una “cristiana del séptimo día renacida”, fuera lo que fuera eso. Esbozó una sonrisa y nos explicó: “A partir de ahora serán todos vegetarianos y no volverán a ver la tele nunca más”. ¿Qué le había pasado a mamá? ¿Se recuperaría? ¿Estaríamos bien nosotros, o moriríamos por la falta de dibujos animados y lo que ella ahora llamaba “alimentos de la carne”? Bueno, enseguida supimos lo que le había pasado a ella. Una persona extraña llamada un “evangelista” (fuera lo que fuera eso) había aparecido en nuestra ciudad y le había llenado la cabeza “crédula” con un montón de ideas extrañas y nuevas.

Hasta ese punto, nunca habíamos mencionado a Dios en casa. Por suerte para el evangelista, mi madre había crecido en un hogar que consideraba que la Biblia era “la palabra de Dios”. Así que, cuando el evangelista la visitó en varias ocasiones, lo único que tuvo que hacer fue citar pasajes bíblicos, añadiéndoles un aire de autoridad al decir “La Biblia dice”, cuya implicación era “así que tienes que hacerlo”. Ella aceptó lo que el hombre de la Biblia le contó y se “bautizó” (fuera lo que fuera eso). Y entonces le faltó tiempo para enviarme al evangelista a mí. 

Para frustración suya, cuando me citaba la Biblia, yo le devolvía la mirada fijamente como queriendo decir “¿Y qué?” (sin intención de faltarle al respeto). Simplemente, no tenía ni idea de lo que era la Biblia, así que para mí no tenía ninguna autoridad. En mi mente, era una categoría de literatura, como Shakespeare y Dickens. El evangelista, que tenía la fama de bautizar a todos los que lo escuchaban, le dijo una vez a la congregación: “Si alguna vez he conocido algún alma extraviada que sea una causa perdida, es ese chico, Ty Gibson”.

GANA LA EMPATÍA

El evangelista se dio por vencido conmigo, pero mi madre no. Poco después, apareció un pastor de jóvenes en casa para convertirse en mi “amigo”. Me resistía a sus estrategias incómodas y me molestaba que apareciera una y otra vez haciéndose el interesante. Pero era distinto del otro tipo. No se me acercaba con frases religiosas grandilocuentes. Sin embargo, seguía pensando que la idea de “Dios” era ridícula. Sus visitas comenzaron a convertirse en hábito, así que decidí poner fin a sus esfuerzos de “ganar” mi alma dándole una buena dosis de mi ateísmo. 

“Escucha, colega, parece que crees que la idea de ‘Dios’ es creíble, pero yo no lo veo así. Échale un vistazo al mundo. Yo no amo a todo el mundo como tú dices que Dios hace, pero si yo me cruzara con niños que se están muriendo de hambre, les daría de comer. Yo no soy todopoderoso como tú dices que Dios es, pero si yo viera a un hombre golpear a su esposa, detendría a ese monstruo. Así que no me hables de Dios, porque 2+2=4, no 56, y esta idea de Dios no tiene sentido al observar la realidad”.

Para mi sorpresa, no intentó vencerme con sus argumentos. En lugar de eso, me dio la impresión de que empatizaba con mis dudas. “Tienes razón, este mundo es un desastre,” dijo, “y no entiendo por qué Dios permite que siga siendo así otro día más”. En ese momento, sentí algo de respeto hacia este chico. Al menos podía ver el mundo que yo veía y sentir lo que yo sentía. Me prometió que ya no me molestaría más si me leía el primer capítulo de un libro que mi madre le había comprado a una persona de la iglesia. ¡Guau! ¡Qué buen trato!

“Sí, claro, colega. ¡Adiós!”.

NUEVA ECUACIÓN

Esa misma noche, abrí el libro con recelo y leí la primera frase: “Dios es amor” (1 Juan 4:8). Puse los ojos en blanco y pensé, “Ya empezamos”. Pero para cuando terminé de leer el primer capítulo, se había formado en mi mente una simple ecuación con un poder explicativo brutal:

Amor—>Libertad—>Riesgo

El amor requiere de libertad para existir, pero esa libertad conlleva el riesgo de que surjan cosas contrarias al amor. Me quedé inmóvil con esta sensación inagotable de “¡Guau!”. De repente, todo cobraba sentido, no porque había cambiado de opinión y ahora aceptaba que la Biblia tenía autoridad en sí misma, sino porque la idea en sí poseía esa autoridad de forma inherente, porque le daba sentido a la realidad. La carga emocional que había llevado durante toda mi vida empezó a elevarse por encima de mi corazón. En el transcurso de una hora, se había forjado en mi mente una nueva forma de ver la realidad que me rodeaba.

“Dios es amor”.

Esas fueron las primeras palabras teológicas que leí. El adventismo me dio esas palabras, que dieron pie a una percepción expansiva de la realidad. Lo que yo necesitaba era dar sentido a las fuerzas diametralmente opuestas del egoísmo y del amor que estaban en guerra de forma tan evidente en lo más profundo del ser humano. Lo que yo necesitaba era comprender lo que ocurría en este mundo anegado de lágrimas y sangre. Lo que yo necesitaba, en otras palabras, era una cosmovisión. Y eso fue precisamente lo que el adventismo me dio.

COSMOVISIONES

Una cosmovisión es una composición de ideas que generan una lente perceptual a través de la cual una persona intenta darle sentido a la vida. Todos tenemos una cosmovisión. Sin embargo, a pesar de ser ocho mil millones de personas en este planeta y a pesar de que existan cientos de religiones y de filosofías, existen tan solo cinco sistemas básicos de creencias.

  1. El naturalismo (cosmovisión ateísta) dice que no existe el mal como categoría moral. Todo lo que existe es parte de un proceso natural. El sufrimiento forma parte de ese proceso y es necesario para la evolución de los fuertes y la eliminación de los débiles. Los seres humanos son animales que han evolucionado por medio de las fuerzas naturales y, por tanto, no poseen libre albedrío. Todas las nociones del bien y del mal, del amor y del odio, de la justicia y de la misericordia, de rendir cuentas a un poder superior, son un constructo social que carece de fundamento en la propia realidad.
     
  2. El panteísmo (cosmovisión de que dios-está-en-todo) dice que no existe un Dios personal separado del mundo material. En realidad, la naturaleza misma constituye una conciencia colectiva de proporciones divinas. El mal es una fuerza estabilizadora de la naturaleza y el sufrimiento forma parte del ciclo eterno de la vida. El panteísmo es en realidad una versión espiritualizada del naturalismo.
     
  3. El teísmo determinista (cosmovisión del control) dice que la característica principal de Dios es el poder y Su gran objetivo es el control. Dios predestina todos los acontecimientos, tanto los buenos como los malos, incluido el destino eterno de cada persona, ya sea el cielo o el infierno. Los seres humanos son los objetos de la voluntad soberana de Dios y carecen de libre albedrío. El mal y el sufrimiento los ordena Dios según sus propósitos inescrutables.
     
  4. El teísmo del apaciguamiento (cosmovisión basada en la meritocracia) dice que la principal característica de Dios es la ira. Si nos esforzamos lo suficiente, nuestras obras de obediencia ganarán el favor de Dios y aplacarán Su ira. El sufrimiento lo orquesta Dios para satisfacer Su voluntad.
     
  5. El teísmo benevolente (cosmovisión del amor y de la libertad) dice que la característica esencial de Dios es el amor y Su objetivo es que le correspondamos en amor de forma voluntaria. El dolor y el sufrimiento son la consecuencia del mal uso del libre albedrío para fines contrarios al amor; el plan de salvación es el medio mediante el cual Dios erradica el mal de este mundo a la vez que preserva nuestro libre albedrío.

LA IMPORTANCIA DE LA COSMOVISIÓN

De acuerdo, ¿pero por qué es importante la cosmovisión de una persona?

Para serte sincero, es importante porque lo que una persona cree acerca del contenido y la configuración de la realidad es el factor esencial que da forma a su carácter, a sus comportamientos y a su forma de relacionarse con los demás. Cuando hablamos de cosmovisiones, no estamos hablando de diferencias irrelevantes que no tienen la menor importancia. En su lugar, cada cosmovisión constituye la plantilla psicológica que afecta nuestra calidad de vida. Ellen G. White lo expresa de la siguiente manera:

“Toda la vida espiritual es moldeada por nuestros pensamientos acerca de Dios; y si mantenemos conceptos erróneos de su carácter, nuestras almas se dañarán” (A fin de conocerle, p. 265).

Como sistema teológico, el adventismo se sitúa en la categoría del teísmo benevolente. Me atrevería a sugerir que, de hecho, el adventismo tiene la capacidad latente de articular —para el mundo— la interpretación más atractiva, coherente y congruente del teísmo benevolente. 

Pero permíteme hacer una matización. Este artículo pretende ofrecer una visión del potencial que encontramos en el portafolio teológico adventista. No se trata de examinar cómo hemos fallado en nuestra gestión de ese potencial. Habrá alguno que responda diciendo algo parecido a “¡¿Qué?! Ese no es el adventismo que yo conozco”. A ti te diría que el primer paso para cambiar cualquier situación es articular de forma positiva lo que podría ser y empezar a actuar como si lo que quisiéramos que fuera cierto ya lo fuera.

Así que, ¿cómo sería esa visión teológica?

DIOS

Bueno, para empezar, si nuestra premisa es que “Dios es amor” nos encontramos cara a cara con la creencia esencial más bella que podamos imaginar. Decir que “Dios es amor” es lo mismo que decir que Dios, por naturaleza, se centra en los demás y se entrega a los demás. La idea es, francamente, impresionante. Si lo piensas, te deja sin aliento. A partir de esta premisa, se deduce, de forma lógica, la doctrina de la Trinidad. Si Dios fuera un ser solitario, una singularidad rígida, que en algún momento del pasado lejano existió en un estado de soledad absoluta, no sería coherente decir que “Dios es amor”. El amor, por definición, requiere de un sujeto al que prodigar su energía. Si no hay sujeto, no hay amor. Por lo tanto, creemos que Dios es una unidad social en lugar de un ser solitario. Creemos que Dios está compuesto de una relación interpersonal en la que tres personas eternas, igualmente divinas, dan y reciben. Me gustaría sugerir que conocer a Dios desde esta perspectiva resulta convincente, desde un punto de vista racional, a la vez que satisfactorio, a nivel emocional.

LA CREACIÓN

Como Dios es amor, Dios se vio impulsado por Su propia naturaleza altruista a crear a otros seres con quienes compartir la dicha de una existencia motivada por el amor. Creemos, entonces, que la creación es la materialización del amor de Dios. Para asegurar la existencia del amor en la Creación, se tuvo que incorporar el libre albedrío en el sistema. Por definición, el amor surge de forma voluntaria. Cuando la Biblia dice que Dios hizo al ser humano “a Su imagen”, quiere decir que los seres humanos fueron diseñados psicológica- y emocionalmente para una vida altruista, con el deseo de centrarse en hacer el bien a los demás. Enseguida nos damos cuenta de que el libre albedrío tiene su lado positivo y su lado negativo. Si tenemos libertad para amar a los demás, también tenemos la libertad de vivir de forma egocéntrica y herir a los demás como resultado.  

LA CAÍDA

Como Dios es amor, resulta lógico pensar que Dios no ejerce una fuerza controladora exhaustiva sobre Su creación. Tristemente, el riesgo que conllevaba el libre albedrío se materializó en la Caída de tanto los seres humanos como los ángeles. Como resultado, nos encontramos viviendo en medio de un gran conflicto entre el bien y el mal; una guerra sobre el libre albedrío; un conflicto entre vivir de forma altruista o de forma egoísta. Dos modos de vida diametralmente opuestos compiten por nuestra lealtad. El pecado no es la mera infracción de las reglas impuestas por un Dios de poder soberano, sino la violación de la integridad relacional con la que fuimos diseñados por un Dios de amor soberano. El hecho de que existan tanto el mal como el sufrimiento da testimonio, no de que la voluntad soberana de Dios se cumple en la tierra, sino de que el libre albedrío fue por mal camino en un mundo en el que el esplendor noble y moral eran más que posibles.

LA SALVACIÓN

De nuevo, como Dios es amor, Dios no podía (¡y nunca lo haría!) abandonarnos al engaño y a la destrucción. Dios sabía que en el momento en el que nos creara, nos amaría más que a Sí mismo. Sabía también que, si decidíamos elegir el egoísmo en lugar del amor, seguiría amándonos, aunque le costara todo, y nos buscaría, aunque eso significara Su propio fin. Nos damos cuenta de que la cruz estuvo en la mente de Dios desde el principio. ¡Y aun así nos creó! El pecado es contrario al amor, podríamos decir que es “anti-amor”. Como tal, el pecado también es una fuerza anti-creativa que arroja todo lo que esclaviza al caos, al sufrimiento y a la muerte. La salvación es el plan de Dios para restaurar el amor en la humanidad como único modo de existencia.

LA LEY

Como Dios es amor, nos ha revelado la esencia de Su carácter en el formato de Su ley, los Diez Mandamientos. La ley no es una lista de reglas arbitrarias que no tienen ninguna base en la realidad, sino una descripción de lo que sería el amor en acción. Como tal, la ley no es una herramienta para alcanzar la salvación, sino una revelación, por contraste, de nuestra condición caída, que despierta en nosotros la necesidad de un Salvador.

EL SÁBADO

Como Dios es amor, somos sabatarios. El sábado se incrustó en la realidad, en el ciclo del tiempo y en la propia configuración de la humanidad. El sábado nos habla de quién es Dios y de quiénes somos nosotros en relación con Dios. Él es el Creador y nosotros somos los seres creados. Él es el Redentor y nosotros somos los redimidos. Tanto en la creación como en la redención, Dios hace la obra y nosotros somos los receptores de Sus regalos, en una relación de dependencia con Él. El sábado es una conmemoración semanal del carácter benévolo de Dios, que nos recuerda, cada siete días, que, como criaturas Suyas, podemos descansar en Su amor inmerecido. Entonces, si la entendemos correctamente, la verdad acerca del sábado es la antítesis del legalismo y de hacerlo todo por nuestra cuenta.

LA ESCATOLOGÍA

Como Dios es amor, toda nuestra escatología se centra en la diferencia que existe entre la coerción y la libertad en lo que a adoración se refiere. El punto crucial de Daniel y Apocalipsis es que aquellos sistemas religiosos que se valen de la coerción para conseguir sus fines están en completa oposición con el carácter de Dios. El amor es la base de la verdadera adoración.

Creo que ya te haces a la idea. Aunque solo he tocado la superficie aquí. Junto con el santuario y el juicio, la muerte y el infierno, la Segunda Venida, el Milenio y la tierra hecha nueva, el adventismo posee la materia prima teológica para construir una cosmovisión tan racionalmente convincente como emocionalmente atractiva que podría iluminar toda la tierra con la gloria de Dios (Apocalipsis 18:1). Toda nuestra teología se puede resumir en este pensamiento tan profundo: “Dios es amor”. A partir de ahí, podemos formular una interpretación robusta del mundo y del lugar que ocupamos en él, de la naturaleza del mal y del sufrimiento y de los principios que han motivado la gloriosa obra de salvación de Dios.

“Dios es amor” en el sentido más bello, significativo y liberador que podrías imaginar.

Eso es todo.

Y es mucho a la vez.

Eso fue lo que el adventismo significó para un chico de dieciocho años cuya cosmovisión fue transformada para siempre, y ese es el potencial que tiene el adventismo hoy en día cuando se comunica al mundo. 

Ty Gibson
PONENTE Y DIRECTOR at LIGHT BEARERS

Además de ponente, Ty es el director de Light Bearers. Como comunicador apasionado, con un mensaje que abre las mentes y mueve los corazones, Ty enseña acerca de diversos temas, haciendo énfasis en el amor eterno de Dios como tema central de la Biblia. Ty y su esposa Sue tienen tres hijos y dos nietos.