Si pudieras memorizar un libro de la Biblia, en tan solo un instante, ¿cuál elegirías? Esta pregunta se la he hecho a cientos, quizás miles, de personas a lo largo de los años. De hecho, acabo de preguntárselo hace poco a unos amigos mientras disfrutábamos de un maravilloso domingo en Rehoboth Beach, Delaware. La respuesta suele ser (sin seguir ningún orden en concreto): Apocalipsis, Mateo, Lucas, Juan, Isaías, Génesis y Salmos. Evidentemente, no existe la respuesta incorrecta. Y tú, ¿qué libro elegirías y por qué? Conversar sobre ello puede resultar muy agradable y edificante.

¿Y yo? ¡Ah, gracias por preguntar! Yo elegiría el libro de Salmos, sin lugar a dudas. Me encanta el libro de Salmos, ¡muchísimo! A lo largo de los años, he vuelto una y otra vez a leer, estudiar y orar a través de los Salmos de la Biblia. Hace unas semanas, me encontré de nuevo con el Salmo 1. Al día siguiente, con el Salmo 2. Después, con el Salmo 3, y así sucesivamente. Cada día un Salmo; cada día una bendición de Dios; cada día un mensaje que parecía haber sido escrito precisamente para mí y la situación en la que me encontraba. No tengo ni idea de cómo Dios lo consigue, pero lo hace, sin que yo lo entienda del todo.

Nunca había pensado en los Salmos de esa manera

Hace unos años, mi hijo mayor, Landon, y sus amigos se juntaron para leer y conversar sobre los Salmos. Les llevó meses, y, como parte del proceso, cada uno hizo una lista de sus diez salmos preferidos. Luego se dedicaron a comparar sus listados, a debatir sus razones y a intentar persuadir al resto de su perspectiva. Un día, Landon me preguntó cuáles eran mis diez salmos preferidos. Me pilló por sorpresa. No estaba seguro; nunca había pensado en los Salmos de esa manera. Landon compartió su lista conmigo y me explicó por qué había elegido cada uno. Recuerdo que me alegré y me sentí orgulloso de que mi hijo conociera tan bien los salmos como para tener una lista de sus diez preferidos y defender cada uno de ellos con argumentos bastante persuasivos. Para mí, fue uno de esos maravillosos momentos entre padre e hijo.

Sigo sin tener una lista de mis diez salmos preferidos; nunca me he tomado el tiempo de pensarlo. Sin embargo, estoy seguro de que el Salmo 1 estaría en esa lista. A lo largo de los años, lo he leído y lo he orado; he meditado y predicado sobre él. Y, aun así, cuando me encontré de nuevo con el Salmo 1 hace unas semanas, descubrí nuevas enseñanzas. Disculpa, ¿qué fue lo que dijiste? ¿Qué te gustaría saber lo que aprendí? Ah, ¡gracias por preguntar!

Lo primero que descubrí fue, precisamente, la primera palabra del salmo: «Bienaventurado» (o «dichoso», según la traducción de la Biblia que leas). El libro de los Salmos, que es uno de los más largos de la Biblia, compuesto por unos 150 «capítulos» (en realidad, 150 canciones), comienza con lo que, en mi opinión, constituye la esencia de todo el libro: el ser bienaventurado. ¿Qué significa eso? ¿Cómo se es bienaventurado? Los Salmos, en su conjunto, ofrecen la respuesta. El quid de la cuestión es conocer y encontrar la bendición de Dios en tu vida.

«Bienaventurado el que…» (v. 1).

Dios desea bendecirte; anhela derramar sobre ti Su favor y Su bondad. Y, en Cristo, ¡ya lo ha hecho! Para quienes lo acepten, el favor, la bendición y la salvación eternos ya son suyos, incluso ahora, a través de lo que Jesús consiguió a través de Su vida, muerte y resurrección. Vivir a la luz de esa realidad histórica y eterna es la clave para ser —según dice el salmista en la apertura de estos cantos sagrados— «bienaventurados». Créelo. Recíbelo.

Pero todavía hay más. El versículo 1 (RVR95) continúa:

Bienaventurado el varón [la persona]
que no anduvo en consejo de malos,
ni estuvo en camino de pecadores,
ni en silla de escarnecedores se ha sentado.

Fíjate en esta frase importante que aparece en la tercera línea: «en camino». Es una frase que aparece dos veces más en el Salmo, en el último versículo (observa las palabras «camino» y «senda»):

porque Jehová conoce el camino de los justos,
mas la senda de los malos perecerá (v. 6 RVR95).

El concepto de «camino» aparece tres veces en tan solo seis versículos. El Salmo 1 contrasta «el camino» de los «bienaventurados» con «el camino» de los «malos» (vv. 1, 4, 5, 6), los «pecadores» (vv. 1, 5) y los «escarnecedores» (v. 1).

No hay tres caminos. Ni cuatro, ni cinco. Solo hay dos caminos: el camino bienaventurado y el otro camino. Por eso el Salmo comienza diciendo «Bienaventurado el que…» y luego, tres versículos más tarde, proclama a gran voz: «No así los malos».

De nuevo, existen tan solo dos «caminos»: el camino bienaventurado y el «no tan bienaventurado». Y la enseñanza es tan simple, tan sutil, que es fácil pasarla por alto. La bendición de Dios se derrama sobre un «camino» favorecido y bendecido, y no tanto sobre un pueblo favorecido y bendecido. Dios no muestra favoritismo, no hace distinción entre una persona y otra, ni entre un grupo/nación/raza y otro. No, Él ha bendecido un camino. Por tanto, todas las personas o grupos que elijan ese camino, serán bendecidos. Del mismo modo, cualquier persona o grupo que elija otro camino «no bendecido», se encontrará a sí misma/o en el camino que «lleva a la perdición» (Salmo 1:6 NTV).

No hay tres caminos. Ni cuatro, ni cinco. Solo hay dos caminos: el camino bienaventurado y el otro camino.

La bendición de Dios, en Cristo, se derrama sobre todo el mundo porque Jesús, como miembro de la raza humana y «el último Adán» (1 Corintios 15:45 NVI), murió por todos nosotros y representa, de forma literal, a todos los seres humanos que han vivido o que vivirán en esta tierra. En Cristo, la humanidad ya ha sido redimida y recibida, se ha sentado en el trono y, ¡sí!, ya es «bienaventurada».

En su maravilloso libro, El Deseado de todas las gentes, Ellen G. White escribe acerca de esta preciosa idea bíblica de representación global e inclusiva:

«Y las palabras dichas a Jesús a orillas del Jordán: “Este es mi Hijo amado, en el cual tengo contentamiento,” abarcan a toda la humanidad. Dios habló a Jesús como a nuestro representante. No obstante todos nuestros pecados y debilidades, no somos desechados como inútiles».

¡Abarca a toda la humanidad! (¡Fíjate que está escrito en tiempo presente!)

¡Nuestro representante! («Nuestro», es decir, todos estamos incluidos.)

Así que la bendición de Dios no está reservada para cierto tipo de personas en exclusión de otras. No, la bendición recae sobre un «camino», un modo de vivir, pensar y ser. Ese camino es para ti. Es para mí. ¡Es para todo el mundo!

Más que bendecir/maldecir a la gente, Dios bien bendice/maldice caminos. Nosotros elegimos el «camino» que queremos seguir en la vida y, al hacerlo, elegimos si seremos o no bendecidos.

De eso trata el Salmo 1: del camino bienaventurado en contraposición con el camino del malo/pecador/escarnecedor.

Porque el Señor cuida el camino de los justos,
mas la senda de los malos lleva a la perdición (v. 6 NVI).

Un camino cuenta con la bendición y el cuidado de Dios; el otro camino, no, y, por eso, lleva a la perdición. Nada de esto es arbitrario o injusto, sobre todo teniendo en cuenta la verdad que hemos comentado antes de que, en Jesús, ¡Dios ya ha bendecido y recibido a toda la humanidad! La balanza se inclina a nuestro favor. Sí, podríamos perdernos y terminar en el camino de la «perdición» (v. 6 NVI), pero solo si nos esforzamos en rechazar el plan de salvación de Dios y la invitación del Espíritu Santo. Tristemente, algunas personas conseguirán rechazar el camino bienaventurado de Dios, pero ¡no tienes por qué hacerlo tú! En Cristo, tu destino es la salvación. No digas que no. No…

…sigas el consejo de los malvados,
ni te detengas en la senda de los pecadores
ni cultives la amistad de los blasfemos (v. 1 NVI).

¡No! Ese no es tu camino. Tu camino es el de quien…

…en la ley del Señor se deleita,
y día y noche medita en ella (v. 2 NVI).

Al tomar esta decisión, eres, según el salmista, como un «árbol plantado junto a corrientes de aguas» (v. 3), estable y fructífero. El mundo caído es impredecible, egoísta y rencoroso. Esto ya lo sabemos de sobras. Pero en miedo de las tormentas intratables e imprevisibles de este mundo salvaje, la bendición eterna de Dios en Cristo perdura y prevalece.

Permíteme añadir una capa más antes de que te marches. ¿Te acuerdas de esto?

Jesús respondió: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí» (Juan 14:6).

Seguro que te das cuenta. Imposible no verlo, ¿verdad? ¡El propio Jesús es el Camino! El camino no es una idea abstracta, un mantra difícil de recordar o una abstracción teológica compleja. No, ¡el camino es una Persona! ¡Y esa Persona es Jesús!

Él es el libro de texto viviente que nos enseña lo que significa vivir una vida bienaventurada. Él es el Hombre Modelo, el Ser Humano Santo. Él nos ha abierto el camino y nos invita a seguirle. Le encantaba decirle «Sígueme» a los pecadores confundidos, aunque curiosos. Seguro que tú eres uno de ellos, ¿verdad? Yo sé que yo lo soy.

En un mundo enloquecido, yo elijo seguir «el Camino bienaventurado». Yo elijo a Jesús.

¿Y tú?

A person wearing glasses, a red sweater, and a black quilted vest with the "Light Bearers" logo stands against a textured wall with arms crossed, smiling at the camera.
David Asscherick
PONENTE Y DIRECTOR at Light Bearers

David es orador/director de Light Bearers y cofundador e instructor de ARISE. Desde su bautismo en 1999, David ha viajado por todo el mundo predicando y enseñando el evangelio de Jesucristo. Él y su esposa Violeta son los felices padres de dos niños, Landon y Jabel.