Cuando mi hermano Nick tenía unos seis años, tenía un problema con decir cosas que no sentía en realidad. Y era bastante duro. Por ejemplo, una vez me dijo:
—Ojalá no fueras mi hermana.
Luego, me llevó —maleta en mano— al cuarto de Nick y anunció que su deseo se había cumplido: ¡me iba a dar en adopción!
Mi madre lo oyó y decidió tomar cartas en el asunto. En lugar de lavarle la boca, como haría cualquier otra boomer, me pidió que hiciera la maleta. Luego, me llevó —maleta en mano— al cuarto de Nick y anunció que su deseo se había cumplido: ¡me iba a entregar en adopción!
Afortunadamente, los ojos de Nick no brillaron con ansias de poder tipo Gollum cuando sostiene el anillo en El Señor de los anillos. (Confieso que no sé qué hubiera hecho mi madre si él se hubiese ofrecido a ayudarme a hacer la maleta.) El farol funcionó. Nick se alarmó por la reacción de mamá, y dijo algo así como:
—Bueno, eh, mamá, me gusta tu intención, pero no será necesario. Quizás podrías ponerla en la casita del perro o algo así.
El otría día, estaba leyendo un artículo —bueno, en realidad estaba viendo un reel en Instagram— y alguien dijo: «Sentirse molesto es el precio que se paga por vivir en comunidad».
Lee esa frase de nuevo.
Hoy más que nunca, anhelamos tener relaciones cercanas, encontrar personas en las que podamos apoyarnos y formar parte de una tribu. Sin embargo, hay tantísimas personas que siguen sintiéndose solas. Me pregunto si esto se debe a que muchos de nosotros nos hemos distanciado de todas aquellas personas que nos sacan de quicio o nos molestan.
El aumento en la concienciación acerca de la salud mental (algo por lo que me siento muy agradecida), especialmente tal y como se comunica en las redes sociales, ha venido acompañado de un efecto secundario accidental y potencialmente dañino: a veces, se malinterpretan los términos terapéuticos y se aplican mal. Nos encontramos con gente que nos irrita de vez en cuando o que tienen algún defecto y decidimos evitarla a toda costa, estableciendo lo que llamamos un «límite».
El problema es que si te acercas lo suficiente a cualquier persona, encontrarás defectos importantes: personas controladoras (micromanagers), chismosas, criticonas, juzgadoras, competitivas… ¡la lista es larga! Permíteme dejar una cosa clara: me encantan los límites. No estoy diciendo que deberíamos tolerar los abusos o las relaciones disfuncionales, ni que dejemos de abordar ciertas actitudes irritantes con la persona en cuestión. Lo que estoy diciendo es que si cortas lazos con todas aquellas personas que te sacan de quicio ocasionalmente, tarde o temprano te quedarás solo/a.
Hebreos 10:24-25 (NTV) dice: «Pensemos en maneras de motivarnos unos a otros a realizar actos de amor y buenas acciones. Y no dejemos de congregarnos, como lo hacen algunos, sino animémonos unos a otros…».
No siempre va a resultar sencillo. Sin embargo, esa persona controladora y micromanager puede que sea quien esté siempre ahí para ayudarte a planificar la Escuela Bíblica de Vacaciones cada verano. La persona hipersensible puede ser justo la persona que necesitas que te abrace en el caso de sufrir un aborto. Es posible que la gente se dé cuenta de que también te necesita a ti, a pesar de tus defectos. Que alguien te saque de quicio de vez en cuando es un precio pequeño a pagar cuando lo comparas con la comunidad significativa que puedes llegar a construir.
Anneliese Wahlman
Allie se graduó de ARISE en 2012 y forma parte del equipo de Light Bearers como escritora y asistente de comunicaciones. Le fascina la intersección entre la fe y el proceso creativo y disfruta con la poesía. En los ratos en los que no está viendo una buena película con sus amigos, le encanta ser narradora de la vida empleando acentos mediocres.