«Siempre que siento la necesidad de hacer ejercicio, me siento hasta que se me pase».
Encontré esta frase sarcástica impresa en una pequeña placa dentro de una caja de trastos de mi época en el instituto (high school), que mi madre decidió que ya no podía seguir guardando en su trastero. Por lo visto, el autocuidado no era demasiado importante para mí de adolescente.
Casi una década después de vivir en el dormitorio del instituto, mi salud y mi desarrollo personal me importan mucho más; seguramente a ti te ocurre lo mismo. Y no hay época del año en la que, como sociedad, pensemos más en el desarrollo personal que en los meses de diciembre y enero. Nos pasamos el mes de diciembre pensando en nuestros propósitos de año nuevo y, el mes de enero, en cumplirlos.
Sin embargo, no es ningún secreto que las estadísticas sobre el cumplimiento de los propósitos de año nuevo son desalentadoras: pasado un mes, menos de un 25% de las personas que se plantean propósitos de año nuevo siguen comprometidas con sus planes.1 Tenemos la intención buena de convertirnos en mejores personas con hábitos saludables. Pero la realidad suele ser más bien pasarte el día en pijama viendo la tele. Entonces intentamos compensarlo escuchando un audiolibro acerca del dominio propio mientras hacemos una compra rápida en el supermercado. (Te prometo que no lo digo por experiencia.)
¿Cuál es la diferencia entre ver el cambio como un sacrificio y verlo como una inversión?
Si te propones aprender español (o aprender a hacer canastas) y fallas, es probable que eso no tenga demasiado impacto sobre quién eres como persona. Pero si lo que buscas es abandonar un mal hábito o un comportamiento autodestructivo en el año nuevo, las estadísticas pueden resultar devastadoras.
¿Y si Dios te ha hecho ver un pecado que quieres intentar vencer en el año nuevo? ¿Podemos cambiar de verdad si parece que «no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» (Romanos 7:19 CST)?
El otro día, mientras navegaba por Instagram, me encontré con una publicación del autor cristiano, Andy Stanley, que articulaba un cambio de paradigma que me ha resultado útil a la hora de incorporar cambios en mi vida:
Renunciar a algo ahora para alcanzar algo mejor más adelante no es un sacrificio, es una inversión.
A raíz de esta frase pueden surgir muchas preguntas: ¿Cuál es la diferencia entre ver el cambio como un sacrificio y verlo como una inversión? ¿Qué impacto tiene sobre nuestra capacidad de experimentar una transformación a largo plazo? ¿Acaso importa? ¿No nos pide Dios que hagamos sacrificios?
Quizás no te hayas parado a pensar nunca sobre la forma que tomarán los cambios que intentas hacer. Quizas simplemente te centras en esforzarte con todas tus fuerzas. Pero el «porqué» del cambio es probablemente tan importante como el cambio en sí.
¿Quién puede dar más?
Leer esta frase también me devuelve a la infancia, a cuando en la iglesia escuchaba a los pastores y a los maestros hacer llamados a la congregación, invitándonos a todos a entregar nuestros pecados a Jesús. Ya sea por lo que dijeron los pastores y los maestros o porque fue algo que se me ocurrió a mí misma, mi forma de entender lo que significaba entregar mis pecados a Jesús era algo parecido a lo siguiente: Jesús hizo el mayor sacrificio por mí, así que, ¿por qué no sacrificar esto o aquello por él?
Al principio, me resultaba muy convincente. Después de todo, estamos hablando del Hijo de Dios. Si hubiera un concurso sobre quién puede renunciar a más, Jesús ganaría por goleada siempre. Yo quería tener una relación con Dios, quería amarlo, y este era un razonamiento que a mi ansiosa personalidad número 6 del eneagrama le resultaba muy atractiva (sobre todo cuando, de fondo, alguien tocaba unos suaves acordes en el piano).
Incluso algunos de los himnos que cantábamos contenían esta idea de que Jesús quería saber lo que yo iba a dejar de lado por él:
Mi vida di por ti,
mi sangre derramé;
por ti la muerte sufrí,
y todo entregué.
Mi vida di por ti,
¿qué has dado tú por mí?
De nuevo, no cabe duda de que Jesús se sacrificó por la humanidad. Sin embargo, con el paso del tiempo, he descubierto que resulta problemático pensar que nuestra entrega a Dios es un «sacrificio».
Dar a luz no tiene nada que ver con un masaje
Según Merriam-Webster, sacrificarse significa, en parte, renunciar a algo «preciado», a algo de valor, por el bien del otro. Decimos que las madres son «sacrificadas» porque están dispuestas a renunciar a cosas buenas por el bien de sus hijos, como, por ejemplo, su tiempo, su privacidad y sus horas de sueño durante al menos diez años. Si dar a luz fuera como recibir un masaje intenso mientras se bebe una piña colada o si las madres disfrutaran de no ir al baño solas nunca, no lo llamaríamos sacrificio, porque no habría ningún coste.
Así que, ¿cuáles son las repercusiones de que yo defina mi entrega a Dios (con el consiguiente abandono del pecado) como un «sacrificio»? Algo extremadamente importante: implica que, en realidad, considero que hay algo bueno o valioso en el mismísimo pecado. Pero renuncio a ello porque se lo debo a Jesús.
Porque, después de todo, él murió por mí.
¿Pero es eso bíblico? ¿Es esa la verdadera razón por la que Jesús quiere que me rinda a él? Él renunció a tantísimo por mí, así que yo debería devolverle el favor, ¿verdad?
Considera los siguientes pasajes bíblicos:
«…el camino del infiel lo lleva a su destrucción» (Proverbios 13:15 NVI).
«Tú me enseñas el camino que lleva a la vida. Hay mucha alegría en tu presencia; a tu derecha hay placeres que duran para siempre» (Salmo 16:11 PDT).
¿Por eso quiere Jesús que me rinda a él? Él renunció a tantísimo por mí, así que yo debería devolverle el favor, ¿verdad?
« Viviré con toda libertad, porque he buscado tus preceptos» (Salmo 119:45 NVI).
«Pero quien se fija atentamente en la ley perfecta que da libertad y persevera en ella, no olvidando lo que ha oído, sino haciéndolo, recibirá bendición al practicarla» (Santiago 1:25 NVI).
«Hoy pongo al cielo y a la tierra por testigos contra ti, de que te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descendientes» (Deuteronomio 30:19 NVI).
«Amar a Dios significa obedecer sus mandamientos, y sus mandamientos no son una carga difícil de llevar» (1 Juan 5:3 NTV).
Según estos versículos, el argumento o la razón para abandonar el pecado no tiene nada que ver con que yo le deba algo a Dios.
Lo que sería una locura, si lo piensas bien. Si alguien tuvo poder alguna vez en una relación, ese es Jesús. Pero cuando se trata de atraernos hacia Él, es como si ese poder no le importara en absoluto. De hecho, estos versículos ni siquiera mencionan Su muerte en la cruz. El motivo para entregarse a Jesús es, más bien, que seguirlo me beneficia a mí.
Yo le importo a Jesús.
Él quiere darme la vida, la libertad, la bendición. Y el camino del pecado lleva a la muerte.
Esto marca una diferencia abismal en nuestra motivación. La Biblia no dice que yo debo entregarme a Jesús porque él superó a la humanidad en el Calvario así que estamos en deuda con él para siempre; dice que Jesús desea que lo siga porque sus caminos traen libertad y alegría a mi vida.
Aquí no hay nada de manipulación ni de abuso de poder.
«En el camino de la justicia se halla la vida; por ese camino se evita la muerte» (Proverbios 12:28 NVI).
Si eso es cierto, si realmente creo que Dios quiere darme placeres que duran para siempre y que no niega nada bueno a los que viven con integridad (Salmo 84:11), entonces, cuando Dios me pide que abandone algo, estoy dejando atrás algo de lo que tengo que deshacerme para poder convertirme en mi mejor yo, en mi yo más feliz.
Si alguien tuvo poder alguna vez en una relación, ese es Jesús. Pero cuando se trata de atraernos hacia Él, es como si ese poder no le importara en absoluto.
Lo que significa que en realidad no se trata de un sacrificio.
Así que, el gran problema de pensar que entregarnos a Jesús constituye un sacrificio es que, en realidad… ¡no lo es!
En su libro brillante, El Camino a Cristo, Ellen White escribe lo siguiente:
« Dios no nos pide que renunciemos a cosa alguna cuya retención contribuiría a nuestro mayor provecho. En todo lo que hace, tiene presente el bienestar de sus hijos. ¡Ojalá que todos aquellos que no han decidido seguir a Cristo pudieran comprender que El tiene algo muchísimo mejor que ofrecerles que cuanto están buscando por sí mismos! El hombre inflige el mayor perjuicio e injusticia a su propia alma cuando piensa y obra de un modo contrario a la voluntad de Dios. Ningún gozo real puede haber en la senda prohibida por Aquel que conoce lo que es mejor y proyecta el bien de sus criaturas. La senda de la transgresión es el camino de la miseria y la destrucción» (El Camino a Cristo, p. 46, énfasis añadido).
En otras palabras, Dios necesita nuestros «sacrificios» del mismo modo que un cirujano necesita el pie infectado de un diabético: no por su propio bien, sino por el nuestro. Los caminos de Dios tienen que ver con darte más placer, no menos.
No sé tú, pero yo desde luego que no crecí creyendo que el camino de Dios era «muchísimo mejor». Sin embargo, cuanto mayor me hago, más descubro que lo que dice mi amigo, David, es verdad: «La obediencia es su propia recompensa».
Considera el siguiente ejemplo de la revista GQ.
«Dios es un adicto al placer»
En 2013, GQ publicó un artículo titulado, «10 Reasons Why You Should Quit Watching Porn» (Diez razones por las que deberías dejar de ver pornografía)2. El artículo aborda las conclusiones de una encuesta realizada por una comunidad de Reddit llamada «NoFap», un grupo de personas que se ha comprometido a abstenerse del porno y de la masturbación. La encuesta reveló que entre «los miembros de 27 a 31 años de NoFap, el 19% sufre de eyaculación precoz, el 25% muestra desinterés por mantener relaciones sexuales con su pareja, el 31% tiene dificultades para llegar al orgasmo y el 34% experimenta disfunción erectil». También se informó de que «una de cada cinco personas que ven porno de forma habitual admitió sentirse controlada por sus propios deseos sexuales».
Lo admitamos o no, circula la mentira que dice que obedecer es quedarse con lo peor.
Pero «después de comprometerse a no masturbarse ni ver porno, el 60% de los miembros de NoFap sintió que su función sexual mejoró» y «el 67% notó un aumento en sus niveles de energía y productividad».
Lo admitamos o no, circula la mentira que dice que obedecer es quedarse con lo peor. Pero, en este estudio (de la revista GQ, nada menos), al decir que no y establecer límites, los sujetos de la encuesta experimentaron más placer, no menos.
Ya sea que estés intentando dejar la pornografía, las drogas, el chisme, la holgazanería o la necesidad imperiosa de complacer a los demás todo el tiempo, los caminos de Dios tienen que ver con encontrar más libertad, no menos. El pecado merma nuestra capacidad para experimentar el placer, mientras que los límites de Dios la incrementan.
Me encanta como lo expresa mi amiga Elise: «Dios es un adicto al placer». Sus «no» son, en realidad, generosos.
La pregunta más importante
Entonces, ¿cómo impacta todo esto a nuestra capacidad para hacer cambios duraderos en nuestras vidas?
Bueno, si decides abandonar algo porque sientes que se lo debes a Dios y que él te ha pedido que hagas ese sacrificio de forma arbitraria, esa motivación terminará esfumándose; nadie puede vivir de la pura obligación por siempre. Cuando intento hacer algún cambio, he descubierto que la mejor motivación es pensar que, al final, cuando Jesús vuelva, veremos que Dios es el que ha recibido los golpes una y otra vez en lugar de la gente. Y en todo lo que nos ha pedido que hagamos, siempre ha tenido en mente nuestro bienestar. No nos ha dado unos mandamientos arbitrarios porque quería abusar de su poder.
Aunque lo entendamos, esto no quiere decir que nunca fallaremos a nuestro deseo de hacer lo correcto. Pero no podemos lograr un cambio duradero sin entender esto como base.
Me cuesta contener las lágrimas al pensar en cómo le he hecho daño a otras personas porque en su día me resultaba atractivo cruzar los límites y no creía que los caminos de Dios fueran verdaderamente buenos.
Al final, cuando Jesús vuelva, veremos que Dios es el que ha recibido los golpes una y otra vez en lugar de la gente.
A lo mejor sientes la tentación de abandonar tu propósito de dejar de hacer aquello que te representa una lucha personal. O quizás ya te has dado por vencido. ¿Acaso es porque en lo más profundo de tu ser sientes que, a Dios, le debes hacer ciertos cambios? ¿Acaso cambiar es un sacrificio que haces por un Dios que necesita tu entrega para aumentar su ego o se trata una inversión que haces bajo la dirección del Padre que desea darte placeres que duran para siempre?
Antes de que abandones tus propósitos de año nuevo…
Antes de que sientas resentimiento hacia Dios por ser un aguafiestas…
Antes de que te autocastigues por fracasar…
¿Por qué no dedicas algo de tiempo a responder esa pregunta?
Puede ser la clave para convertirte en la persona que quieres ser.
Notas:
- Ashira Prossack, “This Year, Don’t Set New Year’s Resolutions,” Forbes, 31 de diciembre de 2018, https://www.forbes.com/sites/ashiraprossack1/2018/12/31/goals-not-resolutions/#55293f303879.
- Scott Christian, “10 Reasons Why You Should Quit Watching Porn,” GQ magazine, 20 de noviembre de 2013, https://www.gq.com/story/10-reasons-why-you-should-quit-watching-porn. También puede resultar de interés consultar este artículo en español: «Los “beneficios” de dejar de ver porno, según esta comunidad», GQ Mexico, 2 de julio de 2020, https://www.gq.com.mx/cuidado-personal/articulo/beneficios-de-dejar-de-ver-porno.
Anneliese Wahlman
Allie se graduó de ARISE en 2012 y forma parte del equipo de Light Bearers como escritora y asistente de comunicaciones. Le fascina la intersección entre la fe y el proceso creativo y disfruta con la poesía. En los ratos en los que no está viendo una buena película con sus amigos, le encanta ser narradora de la vida empleando acentos mediocres.