«Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”» (Lucas 23:34 RVC)
Estas palabras a menudo me desconciertan. Entiendo la primera parte: «Padre, perdónalos». Pero luego vienen las palabras: «No saben lo que hacen». ¿En serio, Jesús?
Jesús no solo ve sus acciones, sino también su condición; no solo ve lo que han hecho, sino lo que les falta: el cuidado y la orientación necesarios para uno sentirse completo como persona.
¿Acaso no decidieron crucificarlo y clamar por su sangre? De entrada, parece que Jesús los está disculpando. ¿Sin remordimiento ni arrepentimiento? ¿Solo perdón?
Pero desde la cruz, Jesús ve algo que yo muchas veces no alcanzo a ver. Él no solo ve sus acciones, sino también su condición; no solo ve lo que han hecho, sino lo que les falta: el cuidado y la orientación necesarios para uno sentirse completo como persona.
¿Y si, como iglesia, nos viéramos los unos a los otros como Jesús nos ve? ¿Y si dejáramos de ver a las personas con las que tenemos un conflicto como una amenaza y empezarámos a relacionarnos con ellas como miembros de la misma familia que pasa por dificultades? ¿Y si dejáramos de echar culpas y empezáramos a hablar el lenguaje del amor y de la madurez en lugar del lenguaje de la acusación y del temor, que es un lenguaje ajeno a la boca de Jesús?
En Developing a Mature Community, el Dr. Jim Wilder explica que los seres humanos han sido diseñados para crecer a través de tres etapas de madurez relacional: la niñez, la adultez y la vejez. Cada etapa conlleva una serie de tareas centrales que si se descuidan nos dejan emocionalmente inmaduros, sin importar la edad ni cuán correcta sea nuestra teología.
Como niños y niñas, hemos sido creados para experimentar la ternura, el gozo y el descanso que nutrirán y darán forma a nuestra identidad. Nos preguntamos: «¿Soy especial? ¿Alguien me quiere?». Aprendemos la respuesta al ver cómo nuestros cuidadores nos miman y nos consuelan en sus brazos. Pero muchas personas nunca reciben ese cariño de base.
Los adultos maduros se hacen responsables de sí mismos y de los demás. Viven con propósito y gracia aun bajo presión y la pregunta que les guía es: «¿Puedo ser fiel a mí mismo y servir bien a los demás?». Las personas adultas permiten que el sufrimiento las ayude a crecer.
En la vejez, la etapa final, las personas dejan atrás el ego y el temor. Se hacen la siguiente pregunta en completa paz: «¿Cuál será mi legado de bendición?». Las personas mayores ofrecen su presencia, su sabiduría y su amor abnegado. Jesús modeló todo esto en la cruz.
Al orar «Padre, perdónalos», Jesús no estaba negando la realidad del pecado, sino que estaba reconociendo la profundidad de nuestra inmadurez. Vio los corazones en desarrollo que se escondían detrás de aquellas acciones hostiles y respondió con compasión en lugar de condenación.
¿Y si la iglesia creciera y se convirtiera en ese tipo de comunidad? Un lugar seguro en el que la corrección te hiciera sentir querido en lugar de controlado. Un lugar donde nuestras vidas rotas encontraran alivio en lugar de vergüenza. Un lugar donde el perdón fuera lo natural y no lo último que se da. Un lugar en el que creciéramos juntos, no solo en doctrina, sino también en amor.
Pensándolo bien, me alegro de que Jesús orara de aquella manera porque, desde el punto de vista del Calvario, vio más allá de los soldados romanos, los fariseos y la multitud. Me vio a mí, desfigurado, malformado e inmaduro, ¡y proclamó mi perdón! Ese perdón también es para ti. Así que, sigamos creciendo.
Angelo Grasso
Angelo Grasso se desempeña como Director de Atención Espiritual de Light Bearers e instructor de ARISE. Angelo, ministro ordenado y capellán capacitado, siente una profunda pasión por explorar la intersección de la ciencia del cerebro y el crecimiento espiritual en todas las etapas de la vida. Está bendecido por la compañía de su esposa, Kathy, y sus dos hijos, Eli y Emma.