«Somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó» (Romanos 8:37 RVR95).
Quienquiera que seas y cualesquiera que sean tus luchas y tus tentaciones, la victoria está a tu alcance.
¡En este preciso instante!
Lo único que tienes que hacer es apreciar, apropiarte de y actuar conforme a lo que ya te pertenece en la persona de Jesús. Tienes el éxito garantizado en cada batalla a la que te enfrentes, no por tus propios medios (¡porque no los tienes!), sino porque Jesús ha hecho provisión para ti de forma poderosa.
A continuación encontrarás tres pasos sencillos que te liberarán hasta del pecado más ruin.
1. Nómbralo
La honestidad es la precursora de la victoria.
Ante Dios, y ante tu propia conciencia, nombra el pecado tal cual es. Abandona toda explicación y excusa. Simplemente arrodíllate y confiesa aquello que es la antítesis del carácter de Dios, que está hiriendo a los demás y que te está destruyendo a ti. Es vital verbalizar la realidad del asunto. Al hacerlo, alcanzas un nivel de sensibilidad más profundo y colocas a tu corazón en una posición de honestidad tanto ante Dios como ante ti mismo/a.
Moisés le dio la siguiente instrucción a Israel: «Cuando peque en alguna de estas cosas, confesará aquello en que pecó» (Levítico 5:5 RVR95).
Confiesa «esta cosa», la «cosa» específica, en toda su realidad, sin reservas y sin ningún tipo de autojustificación.
David nos dejó un gran ejemplo de transparencia absoluta ante Dios:
«Mi pecado te declaré y no encubrí mi iniquidad. Dije: “Confesaré mis rebeliones a Jehová”, y tú perdonaste la maldad de mi pecado» (Salmo 32:5 RVR95).
¡Deja de esconderte!
¡Deja de mentir!
¡Deja de dar explicaciones!
Céntrate en decir la verdad.
2. Toma una decisión y actúa en contra del pecado
Dios te ha otorgado el poder de elegir. Se trata de un poder que ninguna fuerza del universo puede superar. Ni Satanás ni sus ángeles caídos pueden hacer que un hombre o una mujer pequen si deciden no hacerlo.
La palabra bíblica que describe el proceso de alejarse del pecado para acercarse a Dios es «arrepentimiento». Básicamente significa cambiar de opinión y de dirección de forma deliberada e intencional.
Llamémoslo dar un giro espiritual de 180 grados.
En el momento en el que decides ir en contra del pecado y seguir un nuevo camino moral, se empiezan a formar nuevas rutas sinápticas y neuronales. ¡Tu mente empieza a cambiar! Pablo dice que «el espíritu de tu mente» se renueva (se inclina) (Efesios 4:23 RVR95). Cuando se mantiene el paradigma mental del arrepentimiento, se forma una nueva persona a imagen de Cristo. Cada día resulta más sencillo seguir los nuevos patrones de pensamiento, sentimiento y comportamiento. El carácter de Dios te resulta cada vez más natural y te sientes como en casa.
Y ahora llegamos al factor más importante de todos.
3. Recibe poder sobre el pecado
Da igual cuán honestamente hayas confesado tu pecado y cuán firme haya sido tu decisión de abandonarlo, tu voluntad no posee, de forma innata, la calidad y el poder necesarios para superarlo. Si dependiera solo de ti, te encontrarías en bancarrota en cuanto a conseguir la victoria se refiere.
No lo puedes conseguir.
No cuando se trata de vencer el pecado.
Así que, ¿qué puedes hacer al respecto?
Bueno, tienes la necesidad imperiosa de recibir poder de otra fuente superior a ti que pueda infundir verdadera fuerza a cada fibra moral de tu ser. Necesitas recibir —de forma constante— un poder cuyo origen no es humano. Ese poder no es nada misterioso ni nebuloso. No se trata de una ola mágica de energía o de algún acto divino milagroso que sobrepase tu conciencia y tu voluntad.
En términos sencillos, el poder que necesitas es… aquí viene… ¡el amor de Dios!
Pablo dice:
«El amor de Cristo nos lleva a actuar así… Él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2 Corintios 5:14-15 RVC).
Es decir, el amor de Cristo es la fuerza que nos impulsa a dejar de vivir para nosotros mismos y a empezar a vivir para Él. Solo el amor de Cristo tiene el poder suficiente para romper las cadenas del pecado en el nivel más básico: el de nuestra inclinación natural a vivir egoístamente.
Pablo también dice lo siguiente:
«A través del Espíritu esperamos con ansias la esperanza de la justificación por la fe… la fe energizada por el amor de Dios» (Gálatas 5:5-6, traducción del autor).
El amor de Dios es el factor energizante vital para la vida cristiana victoriosa. Ningún otro poder es válido porque ningún otro poder lo puede conseguir.
La fuerza moral interior que necesitamos no es otra que el amor de Dios, en Cristo.
«Dios no utiliza medidas coercitivas; el agente que emplea para expulsar el pecado del corazón es el amor» (El discurso maestro de Jesucristo, p. 66)
Entonces, la pregunta práctica es la siguiente:
Si el amor de Dios es el poder que necesito, ¿cómo accedo a él? ¿Cómo lo consumo? ¿Cómo hago para que el amor de Dios se introduzca en el tejido moral de mi ser?
La Biblia nos ofrece una repuesta sencilla a esta pregunta. Pablo dice que el amor divino accede a nuestras vidas a través del conducto de la comprensión, es decir, de las facultades racionales de nuestra mente:
«Por eso yo me arrodillo delante del Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien recibe su nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que por su Espíritu, y conforme a las riquezas de su gloria, los fortalezca interiormente con poder; para que por la fe Cristo habite en sus corazones, y para que, arraigados y cimentados en amor, sean ustedes plenamente capaces de comprender, con todos los santos, cuál es la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo; en fin, que conozcan ese amor, que excede a todo conocimiento, para que sean llenos de toda la plenitud de Dios. Y a Aquel que es poderoso para hacer que todas las cosas excedan a lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea dada la gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén» (Efesios 3:14-21 RVC).
Pablo lo explica claramente aquí. La fuerza moral interior que necesitamos no es otra que el amor de Dios, en Cristo. Necesitamos anclarnos y afianzarnos en su amor. Y esto lo conseguimos al dedicar nuestras mentes a comprender el amor de Dios tal y como se manifestó en Cristo. Al comprenderlo, este amor es «el poder que actúa en nosotros». Ese es el punto que Pablo quiere transmitir.
Cuando lo asimilamos a través de la fe y de la comprensión, el amor de Dios se convierte en la fuerza que impulsa todo nuestro proceso de victoria sobre el pecado. Lee esa frase una y otra vez hasta que la comprendas y te lo creas.
Si piensas (tanto a nivel intelectual como emocional) que vencer el pecado depende de ti, fracasarás. Por el contrario, si entregas tu corazón y dependes por completo del amor de Dios, triunfarás. Pasarás del egocentrismo al «Dios-centrismo»; de este cambio de paradigma crucial y fundamental depende tu victoria sobre el pecado. Deposita todo el peso de tu fe aquí y serás más que vencedor por medio de Aquel que nos amó.
Ya lo tienes: tres pasos sencillos (¡e infinitamente poderosos!) para vencer el pecado.
En serio, es así de simple.
Y así de práctico.
Nombra tu pecado en confesión honesta ante Dios.
Con arrepentimiento, toma la decisión de dejar atrás el pecado.
Recibe el flujo constante intelectual y emocional del amor de Dios como tu fuente de poder para vencer el pecado.
Con estas tres acciones sencillas de la fe, ningún pecado podrá vencerte.
Ty Gibson
Además de ponente, Ty es el director de Light Bearers. Como comunicador apasionado, con un mensaje que abre las mentes y mueve los corazones, Ty enseña acerca de diversos temas, haciendo énfasis en el amor eterno de Dios como tema central de la Biblia. Ty y su esposa Sue tienen tres hijos y dos nietos.